La Decisión de Elías | Relato



Imagen de Pxfuel editada por mi en PicsArt

Elías parpadeaba pesadamente, su mano se extendió hacia el despertador justo cuando la alarma interrumpía el silencio con su estridente sonido y la apagó de forma automática. Contempló el techo del cuarto una última vez y salió de la cama con dirección al baño.

Mientras cepillaba sus dientes no pudo evitar detenerse a contemplar la imagen que le devolvía el espejo. Buscaba minuciosamente algún rastro de quién era él entre aquellas manchas oscuras bajo sus ojos, las incipientes arrugas que se formaban en la comisura de su boca, los cabellos blancos que comenzaban a florecer en su cabeza… No. No había ni rastro del Elías que alguna vez soñó con llegar a ser, ni del Elías que alguna vez tuvo sueños.

Desde que se supo que Elías era el último hombre fértil que quedaba sobre la tierra, su vida había sido decidida por dirigentes políticos y científicos. Había dado tanto de sí. Entregó infinitas muestras sanguíneas, muestras de semen y médula ósea, pero lo que realmente había dado, era algo que se sentía más esencial. El reflejo que observaba no le parecía humano.

Sacudió su cabeza y arrojó agua fría a su rostro. Movió el espejo para abrir el botiquín donde guardaba sus medicinas, hojillas de afeitar y demás artículos de higiene personal. Tomó de ahí lo que necesitaba para ese día especial.

Se vistió sin prisa con el traje azul cobalto que le habían entregado para lucir aquel día específico, cuando estaría ante los líderes políticos del mundo escuchando en primera fila la discusión y decisiones que se tomarían sobre el futuro de su contenido genético, sobre su propia vida.

Al terminar de vestirse se dio un último vistazo al espejo, pasó las manos por su cabello, ajustó la chaqueta y forzó una media sonrisa en su cara. Casi le pareció que lucía bien, casi.

Entraron en ese momento sus escoltas, sus rictus serios eran ya familiares. La mayoría de las personas le miraban de esa forma, le hacían sentir invisible. Sin demoras ni intercambios de palabras salieron por el pasillo camino al auto.

Durante el trayecto a su destino Elías permaneció en silencio, todo a su alrededor le daba la impresión de formar parte de una escena surrealista, los gritos de la multitud mientras se acercaban al lugar eran ya ininteligibles, las caras, los cuerpos, eran manchas difusas de color en aquel cuadro.

Quitó la vista de la ventanilla, notó el sudor frío en su espalda y el temblor en sus manos, trató de calmarlas frotándolas con el pantalón. Su estómago era un revoltijo, su boca se sentía arenosa, pero su rostro era una máscara perfecta e impenetrable.

Llegaron al destino y Elías rodeado siempre de sus escoltas fue conducido hacia el escenario principal de aquella importante reunión. Sus pies le amenazaban con desobedecer a cada paso y necesitó de toda su voluntad para continuar. Debía cumplir con su papel hasta el final.

Todo estaba preparado. Ubicado en el centro de aquel podio Elías tomó asiento, enderezó su postura y alzó una mirada firme a su público, los dirigentes de todas las naciones del mundo. Nadie le mantuvo la mirada más de dos segundos.

Elías ya sabía lo que seguía, quedarse ahí a escuchar las discusiones sobre su futuro, nuevas propuestas de ensayos clínicos y las decisiones que otros tomarían sobre su vida. Siempre era igual, a nadie se le ocurría mirarlo realmente, él era una variable de laboratorio. Al final algún político osaría dirigirse a él y agradecerle su contribución a la humanidad como parte de un discurso para cerrar el evento, pero en esta ocasión no llegaron hasta ese punto.

Tras unos minutos de haber iniciado la discusión, Elías rompió su postura, se dobló sobre sí mismo murmurando algo incomprensible antes de sucumbir al piso, su cuerpo emitía espasmos y brotaba una sustancia blanca de su boca desencajada. Lo siguiente fue todo caos. Gritos en diferentes idiomas, rostros pálidos de conmoción, personas paralizadas y otras corriendo en múltiples direcciones. Cuando el personal médico llegó hasta Elías, segundos después de que este cayera al piso, ya era tarde.

El último hombre fértil sobre la tierra había muerto y en el bolsillo de su chaqueta había un papel que decía: “Mi vida, mi decisión”.



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