Era un día soleado y caluroso, perfecto para salir a correr y liberar toda la ansiedad acumulada en mi cuerpo. Decidí ir a la pista de atletismo del parque cercano a mi casa, un lugar tranquilo y acogedor donde sabía que podría desconectar del resto del mundo y concentrarme únicamente en mis pasos.
Al principio, me costó un poco adaptarme al ritmo de la carrera. Mis piernas se sentían pesadas y mi respiración estaba agitada, pero a medida que avanzaba, fui encontrando mi propio ritmo y las sensaciones de libertad y bienestar empezaron a invadirme.
El viento en mi rostro, el sonido de mis zapatillas golpeando el suelo y el canto de los pájaros en los árboles me transportaban a otro mundo, un mundo donde solo existía el presente y la sensación de estar vivo.
Después de varios kilómetros recorridos, llegué al final de la pista y me paré a contemplar el paisaje. El sol se estaba poniendo en el horizonte y las últimas luces del día iluminaban el cielo con tonos anaranjados y rosados. Sentí una paz interior que nunca había experimentado antes y una sensación de realización por haberme superado a mí mismo.
Al finalizar mi carrera, me senté en un banco a descansar y cerré los ojos. Respiré profundamente y simplemente disfruté del momento, sintiendo el cansancio en mis músculos pero también la satisfacción de haber logrado mi objetivo de liberar la ansiedad.
Ese primer día corriendo en la pista fue el comienzo de una nueva rutina en mi vida, una rutina que me ayudaría a mantener mi mente en calma y mi cuerpo en forma. Y aunque sabía que habría días más difíciles que aquel, también sabía que siempre podría contar con la pista para liberar todas mis preocupaciones y sentirme verdaderamente libre.