es el cuerpo del capricho.
Es
ausencia de albedrío,
un risueño cadáver
con olor a caoba
al hazmerreír.
El absurdo ademán
lo conduce
a la carcajada
del aquel que expía en ella
su tragedia
la noche.
En el silencio de las repisas
contempla inmóvil
a las estrellas,
que también la miran,
pero no se conmueven
tras la rigidez
de sus ojos,
lágrimas de barniz
impregnan su corazón
hecho raíces,
y su sonrisa eterna
oculta
su alma de astillas.