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Hace ya más de 3 décadas del accidente en la central nuclear de Chernóbil (Ucrania), lo que llevó a la evacuación de 350.000 personas y la creación de una zona de exclusión de 4.700 Km2 entre Ucrania y Bielorrusia.
Las estudios realizados en su día señalaban que, debido a la radiactividad, la zona iba a ser inhabitable durante más de 20 000 años, lo que convertiria a la zona de exclusión de Chernobil en un desierto para la vida.
Treinta años más tarde después de numerosos estudios, se ha visto que en Chernóbil existe una diversa y abundante comunidad animal, incluso un gran número de especies amenazadas a nivel nacional y europeo han escogido como refugio en la Zona de Exclusión de Chernóbil.
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El ejemplo más claro de todo esto es el de los caballos de Przewalski, de los que el último ejemplar salvaje fue observado en el desierto del Gobi en 1969, y la población en cautividad tampoco pasó por una situación muy positiva.
Hoy la población de esta raza equina llega a los 2 000 individuos, varios centenares viven en libertad en las estepas de Asia y distintas zonas de Europa, entre ellas, aunque resulte extraño, en la zona de exclusión de Chernóbil.
El censo más actual, realizado en 2018, reveló que en la parte ucraniana de la Zona de Exclusión viven unos 150 animales, agrupasoa en entre 10 y 12 manadas familiares, además de dos grupos de machos y algunos individuos solitarios.
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Esto mismo ocurre en otras zonas afectadas por contaminación radiactiva, como la del accidente en la central de Fukushima (Japón) o por pruebas de bombas atómicas como en los atolones del Pacífico, que mantienen igualmente una alta diversidad de fauna.
De esto se deducen al menos dos cosas, que la naturaleza es mucho más resiliente de lo que pensábamos, sobre todo si sacamos al ser humano de la ecuación y que no tenemos ni pajolera idea de los efectos de la radiactividad a largo plazo en los seres vivos.
De cualquier forma, no deja de ser una excelente noticia, sobre todo para los ucranianos.
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