Al final Adelaida no escribió sus memorias. Le parecieron tristes y aburridas. Demasiados no, demasiados fallos sin intento, demasiadas derrotas sin guerra; para que iba a escribir de tristeza, para qué contar aquello.
Que mala manía de la gente frustrada y triste de quitarle valor a sus batallas, de enterrar bajo excusas sus medallas y derrotarse sin pelea.
Adelaida nunca escribió sus memorias, pero unos ojos no perdieron detalle de su vida. Un ser la hizo reina y heroína en historias que hoy arrullan sueños; ella no podía ver que era un faro luminoso, guía y sostén... hoy que no está, lo sigue siendo.
Una corona de lirios crece sobre la última morada de Adelaida; unos ojos llorosos la extrañan, pero sonríen. No hay ni una gota de sangre uniendo sus vidas, jamás lo hubo; pero hay más de un millón de gotas de sudor, litros de lágrimas, kilos de abrazos, noches de insomnio y millones de sonrisas.
Adelaida nunca escribió sus memorias, pero una nueva generación lleva su nombre y su legado; su hija la recuerda y la reinventa, inmortaliza su pasado.
Este micro relato forma parte de mi homenaje a las madres en su día. Este es para aquellas madres que no comparten la sangre con sus hijos y aún así dan todo por ellos.
Fotografías de mi autoría tomadas con teléfono Redmi 9a