Susana no podía creer estar en su acto de grado. Muchos años dedicados al estudio de la medicina, le habían conseguido un título mediante su propio esfuerzo. Recién hacía una semana había recibido una esquela que le dictaba hacia donde iría a viajar, con el fin de hacer su primer año de medicina rural, cumpliendo con la ley de medicina de su país. Le daba un poco de miedo irse de su casa. Después de todo, jamás había vivido fuera del cobijo de sus padres.
Así las cosas, preparó maleta e hizo todas las diligencias debidas para dejar al día sus obligaciones, tomó un avión primero, un autobús después y el último tramos de su viaje a la aldea asignada lo hizo montada en una carreta tirada por un burro guiada por un poblador, la cual llevaba todo el equipaje que le ayudaría a pasar su larga estadía. No era un sitio inaccesible, pero se dió cuenta de los desfiladeros que bordeaban el paso montañoso camino a la aldea. Como sea, sería también una aventura para ella.
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Llegada a la aldea, la dejaron en una especie de cabaña de bahareque. Era un lugar que se le hacía precario, pero estaba limpio y parecía que se había materializado el día antes de su llegada. Aún así no le importó el sitio porque estaba equipado con lo mínimo para subsistir. Ella iba allí cumpliendo con la ley y no esperaba lujos, habida cuenta del sitio donde se encontraba. Su papel era ayudar a las personas de la aldea con sus problemas de salud. Al día siguiente de su instalación, se acercó al consultorio rural le esperaba una enfermera del pueblo. Se había formado en la ciudad más cercana y había regresado a la aldea por solidaridad con sus ancianos padres.
La enfermera le informó que no solo eran responsables por la salud de la aldea, sino de tres caseríos adicionales que se encontraban montaña arriba. La mayoría de las veces, las personas bajaban a consulta por sus propios medios, pero se presentaban emergencias de vez en cuando y había que subir hasta los caseríos asignados. De éste modo, se hacía difícil mantener a raya las desgracias que bien se podrían evitar si los pobladores de esos caseríos vivieran en la aldea, mejor provista de instrumental que no podía ser movido montaña arriba. A esto había que dar solución.
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La doctora Susana convocó a los representantes de esos caseríos y de la aldea a una reunión para dar solución a los traslados de enfermos. Ella les habló sobre los beneficios de la solidaridad en caso de emergencias. Los habitantes de esos caseríos vendían productos a la aldea. Si había alguna manera de compensar esos traslados con productos, ambas partes se beneficiaran. Así, sería como tener un seguro. A cambio de los traslados de emergencia que proporcionarían los habitantes de la aldea, los pobladores de los caseríos cederían una pequeña parte de los productos agrícolas. Siempre habían excedentes, así que el arreglo se dio.
Satisfechos todos, el siguiente problema que debía resolver la doctora era el de la energía de emergencia en caso de apagones o de desastres naturales. Habían medicamentos que debían estar refrigerados y un apagón los podía echar a perder. No eran frecuentes tales fallas, pero si se producían. Escribió al ministerio de salud con el fin de hacer un apartado en el presupuesto para conseguir una planta eléctrica. Mientras se asignaba la partida presupuestaria, ella consiguió en alquiler un generador a diesel con el dueño de la ferretería de la aldea y le pagaba con los fondos asignados a su responsabilidad.
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Al mes de haber mudado a la aldea, todo marchaba bien. Había podido mejorar los marcadores de salud y los pobladores estaban agradecidos con ella por todo. Estaba atendiendo a los pacientes del día cuando comenzó a llover. Había extrañado el sonido de la lluvia desde que llegó, pero el diluvio anunció el término de la temporada de verano. Aunque puso atención al sonido de las gotas cayendo sobre el tejado, pronto se concentró en el trabajo. Hacia las tres de la tarde de ese día, había terminado con todos los pacientes y le quedaba por hacer una visita médica a casa de un poblador del casería más cercano.
Se puso el impermeable, las botas para lluvia, se terció el morral con el instrumental para examinar y junto a la enfermera partieron en medio del chaparrón. Se les dificultaba el avance porque la tierra se iba convirtiendo en lodo y poco a poco, comenzaban los resbalones. A ella no le preocupaba la subida, tenía en mente la dificultad de la bajada. Llegaron al caserío y complieron con la visita. Ella inyectó al enfermo, le cambió la dosis del medicamento y dejó instrucciones para que le alimentaran según sus conocimientos.
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Comenzaron el camino de regreso. Bajaban pequeños arroyuelos de agua por el camino y en algunos tramos tuvieron que sentarse para avanzar cuesta abajo porque se les hacía peligroso pisar paradas. Llegaron a salvo a la aldea. La noche fue de lluvia pertinaz. Cerca de la madrugada la energía eléctrica falló y tuvo que salir hacia el consultorio para encender la planta. Se felicitó por haber hecho la inversión. Las medicinas serían de utilidad y no se echarían a perder. Volviendo a casa tropezó con un grupo de personas del primer caserío. Habían bajado por miedo a la lluvia, la cual había hecho estragos en el pasado y preferían tenerla a mano (a la doctora) por si pasaba cualquier desgracia.
Ella les acomodó en el salón de espera del consultorio rural. Nadie debía estar allí, pero dada las circunstancias, no se negaría a dar techo a quien necesitara ayuda. Al rayar el amanecer, la lluvia cedió. El camino hacia los caseríos había sufrido y dificultaría el tránsito de personas y bienes. Así las cosas, los pobladores de los demás caseríos pusieron manos a la obra. Los habitantes de la aldea, también se pusieron a trabajar sin que nadie les convocara. De pronto, la doctora se dió cuenta que esa gente le estaba entregando una lección de solidaridad. Algo que no se veía en las ciudades hoy día. Se sintió afortunada de vivir entre ellos.
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El relato que antecede ha sido creado de la ficción con el fin de conmemorar el Día Internacional de la Solidaridad, la organización ha declarado la solidaridad como "uno de los valores fundamentales para las relaciones internacionales en el siglo 21 y para que quienes sufren o tienen menos se beneficien de la ayuda de los más acomodados. En consecuencia, en el contexto de la globalización y el desafío de la creciente desigualdad, el fortalecimiento de la solidaridad internacional es indispensable."
Un mundo con el valor de la solidaridad cimentado, puede enfrentar los desafíos futuros ayudando a los más desvalidos y a quienes ha sufrido desgracias de cualquier índole. Nunca olvides que por cada lector que pueda leer éste trabajo hay diez personas más (como mínimo) que no podrían hacerlo por falta de acceso a lo más mínimos estándares de vida.
Escrito y diagramación: @fermionico