De vez en cuando las palabras deben servir para ocultar los hechos.
— Nicolás Maquiavelo
E S P A Ñ O L
LA TRAMPA
Todos los ojos estuvieron posados sobre ella. La veían como un fenómeno o un engendro del mal; como si tuviera cuatro brazos, dos cabezas y cabellos de serpiente. La dejaron en el asta amarrada como un animal. Ella jadeaba y suspiraba de miedo.
Usaba una bata blanca, manchada de sangre y con rasgaduras. Su cabello estaba cubierto de mierda de animales callejeros. Sus brazos y sus piernas exponían magulladuras. En el centro de su pecho había una cortada muy profunda. La dejaron inerte sobre un montón de madera; bañada en aceite de olivo y una mecha esperando a ser encendida.
Un verdugo con el rostro cubierto se preparaba para ejecutar la última sentencia. El inquisidor, con su usual hábito y cara arrugada, se terminaba de arreglar en su despacho para luego dirigirse a la plaza. La gente gritaba con euforia esperando a que se diluya el mal. El cielo se cubría de nubes negras preparadas para descargar una póstuma lluvia.
Un hombre entre la multitud corría a pasos agigantados, llegó hasta los primeros lugares para ver con sus ojos aquel abominable acto. Con ojos desorientados, miró a la mujer que amaba en aquella situación. Su corazón estaba roto e incógnitas volaban sobre su cabeza: «¿Es ella en realidad una bruja? ¿Es verdad que estoy hechizado en vez de enamorado? ¿Entonces todo ha sido una mentira en realidad?», pensaba cada vez.
Una nueva pregunta surgía a medida que pasaban los minutos. El tiempo se agotaba y la sed de sangre de la gente incrementaba. El inquisidor finalmente apareció por la puerta principal del templo. Con ojos severos, inspeccionó el sitio y avanzó. Se colocó a un lado de la tarima e hizo un gesto alzando la mano. Todos los presentes quedaron en silencio para escuchar a su eminencia.
—Una vez más el bien triunfará sobre el mal. Los ojos del abismo no pueden ver más de la raya que hemos trazado, pero siempre existirán agentes del diablo que quieran corromper esa paz que estamos manteniendo. Esta mujer ha cometido adulterio, además que se le ha visto caminando sola por el bosque a la hora de Satanás. Usa hierbas extrañas para aliviar los males que solo Dios puede curar. Es una hechicera que iba a entregarnos a las manos del infierno.
» Helen Park, te condeno a ser purificada en la hoguera y devolverte a las fauces infernales de donde provienes, espero que Dios se apiade de tu alma.
La gente comenzó a gritar con mucha más fuerza. El inquisidor terminó haciendo un gesto afirmativo al verdugo, este encendió la antorcha y al instante la dejó caer en la hoguera. Las llamas se encendieron enojadas, consumieron con rapidez los leños y el cuerpo de Helen fue cubierto por ellas.
Ella gritaba, al mismo tiempo que se oían los estruendos de una multitud satisfecha. El fuego devoró con rapidez su carne y la hoguera creció velozmente. Solo pasaron diez minutos para que el cuerpo de Helen se volviera cenizas.
Un silencio sepulcral dominó el entorno luego de lo sucedido. Aquel hombre desesperado, que vio a Helen morir, liberó lágrimas y un suspiro que se ahogó con el silencio que subyugaba al entorno. El inquisidor nuevamente se posó sobre una tarima calcinada y dio sus palabras finales.
—¡Hermanos y hermanas! Nuevamente, hemos mantenido al mal a distancia. ¡Contemplen como hemos contenido la pureza sobre nuestro pueblo! No hay nada que nos pueda detener, y si hay algo que deseé imponerse en nuestro camino, nosotros…
El inquisidor fue repentinamente interrumpido por llamas avivadas de las cenizas de Helen. De ellas se formó un portal ovalado, donde emergió un brazo enorme y grotesco que se dirigió al inquisidor. Lo tomó por la cabeza y lo elevó unos metros por el aire. El anciano pedía auxilio mientras todos los presentes observaban exhalando pánico. Después de un minuto, la cabeza del inquisidor fue aplastada.
La gente corrió despavorida hacia todas las direcciones posibles. Bestias abominables y horripilantes emergían con rapidez del portal. Eran de piel marrón oscura, lampiñas y con segregaciones que expulsaban de las llagas que se extendían por sus repulsivos cuerpos. Comenzaron a cazar a las personas del pueblo; hurgaban, desgarraban y devoraban a quien encontraban.
Los ríos de sangre se concentraron en la plaza y llegaron casualmente a las manos y pies de aquel hombre, quien petrificado no pudo levantarse después de ver todo lo que sucedía. Había gritos y llantos de dolor a su alrededor. Las criaturas pasaban de él y no le hicieron nada.
Las nubes negras en el cielo no aguantaron más y se descargaron sobre el pueblo. El agua arrastraba la sangre y los gritos cesaron. Solo se escuchaba el estruendo del chaparrón, y en un instante el hombre cerró los ojos y en un jadeo visualizó la imagen de Helen.
FIN
E N G L I S H
From time to time words must serve to hide facts.
— Nicholas Machiavelli
THE TRAP
All eyes were on her. They saw her as a freak or a spawn of evil; as if she had four arms, two heads, and snake hair. They left her on the pole tied up like an animal. She gasped and sighed in fear.
She wore a white coat, bloodstained and torn. Her hair was covered in stray animal shit. Her arms and her legs exposed bruises. In the center of her chest was a very deep cut. They left her limp on a pile of wood; bathed in olive oil and a wick waiting to be lit.
An executioner with his face covered was preparing to carry out the last sentence. With his habit and wrinkled face, the inquisitor finished getting ready in his office and then went to the square. The people shouted with euphoria waiting for the evil to be diluted. The sky was covered with black clouds ready to unleash a posthumous rain.
A man in the crowd ran by leaps and bounds, he reached the first place to see with his eyes that terrible act. With disoriented eyes, he looked at the woman he loved in that situation. His heart was broken and unknowns flew over her head: «Is she a witch? Is it true that I'm bewitched instead of in love? Then everything has been a lie in reality? », He thought every time.
A new question arose as the minutes passed. Time was running out and people's thirst for blood increased. The inquisitor finally appeared through the main gate of the temple. With stern eyes, he surveyed the site and moved forward. He stepped to the side of the dais and gestured with a raised hand. Everyone present fell silent to listen to his eminence.
"Once again good will triumph over evil." The eyes of the abyss cannot see more than the line we have drawn, but there will always be agents of the devil who want to corrupt the peace that we are maintaining. This woman has committed adultery, plus she has been seen walking alone in the woods at Satan's time. She uses strange herbs to alleviate ills that only God can heal. She is a sorceress who was going to deliver us into the hands of hell.
» Helen Park, I condemn you to be purified at stake and returned to the jaws of hell where you came from, I hope God has mercy on your soul.
The people began to yell much louder. The inquisitor ended up making an affirmative gesture to the executioner, who lit the torch and immediately dropped it into the bonfire. The flames flared up, quickly consuming the logs, and Helen's body was covered in them.
She was screaming, along with the roars of a contented crowd. The fire quickly devoured her flesh and the fire grew rapidly. It only took ten minutes for Helen's body to turn to ash.
A sepulchral silence dominated the environment after what happened. That desperate man, who saw Helen die, released tears and a sigh that was drowned in the silence that subjugated the environment. The inquisitor once again perched on a charred platform and gave his final words.
-Brothers and Sisters! Again, we have kept evil at a distance. Behold how we have held back purity upon our people! There is nothing that can stop us, and if there is something that I wanted to get in our way, we…
The inquisitor was suddenly interrupted by flames fanned from Helen's ashes. An oval portal was formed from them, where an enormous and grotesque arm emerged that addressed the inquisitor. He took it by the head and lifted it a few feet into the air. The old man called for help while everyone present watched exhaling panic. After a minute, the inquisitor's head was crushed.
People ran terrified in all possible directions. Abominable and gruesome beasts quickly emerged from the portal. They were dark brown skinned, hairless, and with secretions that they expelled from the sores that spread over their repulsive bodies. They began to hunt the people of the town; they delved, tore, and devoured whoever they found.
The rivers of blood concentrated in the square and casually reached the hands and feet of that man, who, petrified, could not get up after seeing everything that was happening. There were screams and cries of pain around him. The creatures passed by him and did nothing to him.
The black clouds in the sky couldn't take it anymore and they unloaded on the town. The water washed away the blood and the screams stopped. Only the thunder of the downpour could be heard, and in an instant, the man closed his eyes, and with a gasp, he visualized the image of Helen.
THE END
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