At the top of the town, although not high enough so that its primitive originality was not affected by the absolutism of other fashions and trends, a venerable Romanesque church serves as an unusual viewpoint for travelers and tourists to savor the honeys of triumph. , after the thorny ascent that represents the challenge of that metaphorical Via Crucis that takes place in the true labyrinth of narrow alleys, whose greatest common denominator is none other than remaining faithful to the meritorious resilience of continuing to defy time and its unforeseeables. avatars, maintaining, with proud dignity, its original medieval essence.
Perhaps for this reason, ignoring the unjustified criticism of a reluctant Benedictine, such as that Picaud who used labels as a throwing weapon, if not political, in his guide to the Saint James Way, the traveler can only feel a delight very special, surrendering, completely, to that bewitching seduction that emanates from tight towns, asleep under the protective blanket of ancient stone and sun-dried tiles, which, like providential oases, illuminate, with their picturesqueness, the fertile meadows of a prodigious land, as you know, which is Navarra.
En lo más alto del pueblo, aunque no a la suficiente altura como para que su primitiva originalidad no se viera afectada por el absolutismo de otras modas y tendencias, una venerable iglesia románica sirve de insólito mirador para que viajeros y turistas saboreen las mieles del triunfo, después del espinoso ascenso que supone el desafío de ese metafórico Vía Crucis que se desarrolla en el verdadero laberinto de estrechas callejuelas, cuyo máximo común denominador, no es otro que el de mantenerse fiel a la meritoria resiliencia de continuar desafiando al tiempo y sus imprevisibles avatares, manteniendo, con orgullosa dignidad, su original esencia medieval.
Tal vez por ello, haciendo caso omiso de las injustificadas críticas de un benedictino renuente, como fue aquel Picaud que utilizó las etiquetas como arma arrojadiza, cuando no política, en su guía del Camino de Santiago, el viajero no puede, sino sentir un deleite muy especial, rindiéndose, por completo, a esa hechizadora seducción que emana de unos pueblos apretados, dormidos bajo la manta protectora de la piedra añeja y la teja muñida por el sol, que, como oasis providenciales, iluminan, con su pintoresquismo, las fértiles praderas de una tierra prodigiosa, como le consta, que es Navarra.
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