Ser humanos nos da permiso para equivocarnos, errar, tener carencias… la humanidad tiene incluso ese permiso para alejarse de lo que es considerado perfecto ante sus ojos y los ojos divinos. Cuando entendí y acepté esto, me limité a pesar el valor de las personas según sus virtudes y acciones, alejando lo suficiente a los que podría yo bien llamar “mis estándares de juicio y prejuicio”, puesto que, un imperfecto como yo no debería tener privilegios para juzgar a otro ser imperfecto; salvo aquellos llamados a ser jueces terrenales bajo los medios y requisitos jurídicamente establecidos, ese privilegio siempre debería pertenecer exclusivamente a la divinidad o a las fuerzas superiores. No obstante, tú y yo, tenemos derecho a opinar y estar en desacuerdo con alguien o algo, sin embargo, ¿Qué sucede cuando cruzamos la delgada línea entre estar en desacuerdo y el rechazo absoluto?
Estar en desacuerdo contigo, no necesariamente significa que estoy en tu contra. Incluso el desacuerdo puede ser parcial, como si tuviéramos el mismo fin pero diferentes métodos. Pero es cierto que hay caminos que inevitablemente siempre se rechazarán y negarán el uno al otro. Caso particular es el de la homosexualidad y los creyentes de las escrituras de la biblia. Hay una serie de juicios, prejuicios, rechazos y creencias que se sostienen entre sí; nacidos de ideales opuestos, son como espadas que se levantan la una contra la otra. Al principio de los tiempos, incluso mucho antes de Cristo, la homosexualidad se practicaba clandestinamente o incluso con libertinaje, pero se llegó a considerar como una especie de tabú; podemos explicar esto como un acto consecuente de los prejuicios del hombre simple y terrenal; ya se consideraba antinatural incluso sin involucrar a la biblia.
Pasado el tiempo, ser una persona de ambiente se consideró más como un acto normal y alternativo como cualquier otro lo sería. Hoy día existen movimientos a favor de las personas de ambiente y algunos países han validado los matrimonios entre los del mismo género así como la adopción para ellos. Estos hechos podemos explicarlos como la flexibilidad de los prejuicios del hombre; es así como los juicios del pasado terminaron en aceptación. Pero ¿Cuál es la posición de las santas escrituras de la biblia, de la divinidad y de los creyentes al respecto? El problema en la antigüedad es el mismo de hoy y será trasladado al futuro. La homosexualidad en la biblia es considerada como un pecado.
Así fue dictado: “un hombre para una mujer; una mujer para un hombre”; es la doctrina adquirida, basada en las escrituras antiguas de la biblia. La homosexualidad lleva a un juicio no de hombre sino de un ser Divino y supremo; y es entonces cuando surgen otros tipos de problemas. Cuando los creyentes de dichas escrituras antiguas se desvían y aborrecen al homosexual y no a la homosexualidad misma, ese es un rechazo gravemente equívoco y sin basamentos, pues, nunca se habló de aborrecer al pecador sino al pecado. Y, cuando los homosexuales se niegan a aceptar las santas escrituras, están rechazando claramente aquello que no beneficia sino que perjudica su ser, es una respuesta común de los que se sienten amenazados, marginados y atacados. Entonces, es cuando estos rechazan a los creyentes de la biblia, asumiendo y atestiguando que los creyentes no son menos pecadores sino más de lo que son ellos mismos. Con esa acción están levantando juicios y prejuicios como lo haría cualquier hombre simple que defiende sus preferencias y aficiones.
Y es así como esta cadena hostil se repite constantemente a través del tiempo, contradiciéndose completa o parcialmente una que otra vez. Dicho esto, aunque ambos bandos busquen el fin de entenderse y aceptar sus ideales, sus caminos están destinados a oponerse y a colisionar. Son los caminos de “la libertad homosexual” y “la salvación” rechazándose.
Pero estar en desacuerdo contigo, no necesariamente significa que estoy en tu contra. Incluso puede que yo esté apostando a tu favor, aunque parcialmente estoy en desacuerdo. La empatía es el único camino que nos llevará a entendernos, o al menos, a respetarnos como seres diferentes, idealistas y a menudo tan opuestos como podemos llegar a ser. Romper los estándares de juicio y prejuicio nos llevará a entender que las diferencias, equivocaciones, defectos y carencias de alguien más no deben ser juzgados por nuestra propia existencia tan careciente. Siempre podremos escoger estar en desacuerdo y/o ponernos en contra, sin embargo, los problemas surgirán cuando crucemos esa delgada línea del rechazo. Colocarnos en situación de rechazo absoluto hacia alguien o algo, es lo que abre las puertas a la hostilidad.
¿Si las decisiones, acciones y/o pecados de alguien perjudican de manera consciente y directa a otra persona, tendremos derecho a que nuestro juicio y nuestro rechazo caigan sobre él? Más que tener derecho a juzgarlo, lo que tenemos es una excusa o un motivo para contradecir, refutar, resentirnos o rechazar absolutamente al sujeto y sus comportamientos conscientemente malintencionados. No tenemos el derecho de juzgar a aquel que con su vida, sus actos, decisiones, formas y maneras de ser no hace daño al prójimo; mas, a aquel que sabiendo que sus actos provocan daños colaterales y directos al prójimo, siempre buscaremos enjuiciarle, le condenaremos y/o rechazaremos, aunque no nos corresponda a nosotros hacerlo.
Es la empatía el único salvavidas que podrá sostenernos en este mundo lleno de idealistas y jueces autoproclamados; nuestros caminos y principios opuestos no son motivos suficientes para rechazarnos y enemistarnos. Pienso que si el amor todo lo sufre, todo lo soporta y cubre multitud de faltas… entonces lo que necesitamos es un poco más de amor para llegar a la empatía; pero eso, es más fácil decirlo que obtenerlo, pues ¿Cómo amaremos al prójimo, si no nos amamos a nosotros mismos? El auto-rechazo destruye al ser y construye un campo minado a su alrededor; no importa quién lo pise, culpable o no… explotará.
Cantaura, 30/08/2020.