Los grandes momentos de la Antigüedad
El de Edad Antigua no deja de ser un concepto parcial, eurocéntrico, porque se refiere a lo que se considera clásico en el Viejo Continente. En América Latina, por ejemplo, aztecas e incas cumplen la misma función que griegos y romanos para los europeos: la de proporcionar un pasado modelo de esplendor que sirve de punto de referencia para el presente.
Si hay que establecer un inicio para el período, debemos situarnos en Oriente Próximo. Hacia 3500 a. C., los seres humanos acometieron un experimento novedoso: vivir en ciudades surgidas de la expansión de antiguos agrupamientos creados siglos atrás. La “revolución urbana” estuvo protagonizada por capitales como Ur, Uruk o Lagash, representativas de la civilización sumeria, un mundo sedentario que se vería amenazado por la irrupción de los amorreos, un pueblo nómada.
La consolidación de asentamientos estables implicó buscar formas de organización, con lo que empezaron a desarrollarse el Estado y las leyes. El Código de Hammurabi (c. 1750 a. C.), promulgado por este monarca babilonio, es uno de los primeros conjuntos legislativos que ha llegado hasta la actualidad.
Contra lo que pueda parecer, el III milenio a. C. poseía rasgos más avanzados de lo que sugieren los tópicos populares sobre pueblos antiguos. Como cuenta la historiadora Amanda H. Podany: “Las mujeres podían ser titulares de sus propiedades, regentar negocios y representarse a sí mismas en los tribunales”. Mientras tanto, la ciencia había alcanzado el nivel suficiente para que fuera posible predecir los eclipses. Se creó también un sistema de medida, de base 60, todavía utilizado en la actualidad en nuestras unidades de tiempo.
El país del Nilo
Egipto, al unificarse hacia 3000 a. C., constituyó un reino que en los siguientes tres mil años atravesó múltiples auges y decadencias. El faraón gobernaba con poder absoluto sobre unas tierras que dependían de la fertilidad de su cuenca fluvial. De hecho, todo reposaba sobre este cimiento. De ahí que el historiador griego Herodoto dijera que el país de las pirámides constituía “un don del Nilo”. Un don que otros ambicionaban, como se puso de manifiesto con las invasiones de los enigmáticos Pueblos del mar, a los que se ha responsabilizado del fin del Imperio hitita y de Micenas. Nuestros conocimientos de estos tiempos son, por desgracia, muy limitados.
La mentalidad del antiguo Egipto es muy difícil de aprehender en la actualidad porque, a diferencia de Roma, su civilización no se ha prolongado hasta el presente. Tras su desaparición como entidad independiente en 31 d. C., pasó por distintos dominadores que borraron muchas huellas de su pasado glorioso. Por suerte, en el siglo XIX, el francés Jean-François Champollion logró descubrir los secretos de su enigmática escritura. Su hazaña fue posible gracias a la Piedra de Rosetta, que permitió descifrar los jeroglíficos de un decreto porque contenía también las traducciones del texto en demótico y griego antiguo.
De griegos y persas
Mientras en Oriente Próximo los asirios caían ante los babilonios y los babilonios frente a los persas, Grecia se organizaba a partir de la polis, es decir, de la ciudad. Dos de ellas sobresalieron del resto y se disputaron la hegemonía política: Atenas y Esparta. La primera simbolizaba los ideales democráticos, de la mano de líderes como Pericles. La segunda, en cambio, representaba un sistema fuertemente militarista basado en una monarquía en la que dos soberanos ocupaban el trono.
El mundo griego tuvo que enfrentarse a la invasión de un poderoso vecino, el Imperio persa. En las guerras médicas, el David heleno consiguió imponerse al Goliat aqueménida, aunque nada hacía prever entonces que llegaría el momento en que lo conquistaría por completo. Eso sucedería bajo el macedonio Alejandro Magno.
Roma se impone
A la muerte de Alejandro, sus herederos se repartieron sus inmensas posesiones. El Mediterráneo oriental permaneció bajo su influjo hasta la irrupción de una superpotencia occidental, Roma. Fundada, según la tradición, en 753 a. C., esta ciudad se había apoderado de la península itálica y había luchado a muerte contra Cartago en tres guerras. Durante la segunda, el genio estratégico de Aníbal estuvo a punto de vencer a la metrópolis del Tíber. Las legiones, sin embargo, acabaron por imponerse en Zama. La capital púnica sería destruida por completo en la tercera de las contiendas.
A diferencia de las monarquías absolutas de Oriente, los romanos basaban su vida pública en los sólidos valores republicanos. Los que expresan las famosas siglas SPQR: El Senado y el Pueblo Romano (Senatus Populusque Romanus), las dos fuentes de la soberanía. Sin embargo, el propio éxito internacional de la República conduciría a su destrucción, al provocar importantes cambios sociales. Muchos campesinos, arruinados porque sus cosechas ya no eran necesarias en un mundo cada vez más globalizado, pasaron a formar parte del proletariado de la capital, sometidos a la demagogia de las diversas facciones políticas. En el siglo I a. C. se suceden las luchas entre caudillos militares, de los que Julio César, el conquistador de las Galias, será el más afortunado. Su dictadura personal, sin embargo, estuvo lejos de concitar un absoluto consenso. Cuando fue asesinado por republicanos tradicionalistas se reanudaron las guerras civiles... Hasta que su sobrino Octavio eliminó a su rival Marco Antonio y, al poco tiempo, se convirtió en el primer emperador. Como era un político extraordinario, cuidó de mantener las viejas instituciones republicanas. El Senado y los cónsules persistieron, aunque desprovistos de contenido real.
Empiezan los problemas
Pero unos dominios tan extensos eran muy difíciles de gobernar. Quedó claro en la crisis del siglo III, cuando ser emperador constituía un oficio de alto riesgo. No fueron pocos los que murieron en medio de las sucesivas conspiraciones, mientras el Imperio se desangraba entre guerras civiles y conflictos contra enemigos exteriores. Para racionalizar la administración, Diocleciano ensayó un nuevo sistema, la tetrarquía: el territorio quedaría en manos de dos augustos, asistidos por sus respectivos césares. A largo plazo, sin embargo, fue imposible evitar nuevas pugnas entre quienes ostentaban el poder. Mientras tanto, la religión cristiana continuaba su marcha ascendente, tras superar más de dos siglos de continuas persecuciones. Constantino legalizó su práctica, y Teodosio la transformó en la religión oficial. El paganismo tenía sus días contados.
El Imperio se dividió por última vez en 395. La mitad oriental sobrevivió un milenio más, transformándose en Bizancio. La occidental, en cambio, sucumbió a las diversas oleadas de pueblos germánicos. Pero ¿fueron estas invasiones la auténtica causa de su desintegración? El historiador David Potter propone una interesante comparación. La Roma de 264 a. C. solo controlaba el territorio italiano, pero fue capaz de movilizar eficazmente sus recursos contra los cartagineses. ¿Por qué? Porque sus ciudadanos sostenían con entusiasmo el esfuerzo bélico, entre otros motivos porque ansiaban compartir el botín tras la victoria. De ahí que, tras las sucesivas derrotas, fuera posible recomponer el ejército. En cambio, durante el siglo V, campesinos atados a la tierra no tenían ningún motivo para ser leales rey.
La Edad Antigua finaliza, en teoría, con la deposición del último emperador romano, Rómulo Augústulo, en el año 476. No obstante, algunos historiadores, en la estela de Henri Pirenne, son partidarios de establecer un período, la Antigüedad Tardía, que llegaría hasta el siglo VII. Desde esta perspectiva, sería la irrupción del islam lo que marcaría el inicio del Medievo.
y la edad media:
Si pensamos en la época que más nos atrae seguramente la Edad Media, esté entre ellas. Una época llena de intrigas, el cambio que supuso en una sociedad pasar del dominio de los Romanos a la época Renacentista. Eso es la Edad Media, el periodo más largo de la historia, que supuso la base de lo que hoy somos, de nuestras creencias y en gran parte, de nuestra forma de pensar. Un periodo en el que pasamos de una tierra plana, llena de grandes monstruos marinos, a conocer que la tierra era redonda y los monstruos o las cataratas al infinito, simplemente no existían. Ese periodo de tantas transformaciones es el periodo que denominamos La Edad Media.