Escribir es un acto de rebeldía. El escritor es un ser inconforme con su realidad, con su presente; cree y siente la necesidad de crear, de alzar la voz, de denunciar, de recordar, de advertir, de edificar ficciones (novelas, poemas, cuentos) para expresar algo que - así lo siente él - al mundo le falta, o le sobra.
Es por eso que en tantos contextos históricos, la literatura se ha mezclado con la política. Poetas que participaron en guerras, escritores que fueron desterrados, encarcelados, a manos del gobierno de turno, han sido una constante, desde las estepas siberianas hasta los rincones de América del Sur.
Algo de eso comenta Horacio Salas, poeta, ensayista, historiador y periodista argentino en el prefacio de su libro Lecturas de la memoria: encuentros con escritores, en donde a propósito de los escritores latinoamericanos durante el siglo XX cuenta que "fueron cuestionados por parte del poder de turno, o por sus propios colegas, a causa de meros prejuicios, simples mezquindades, o modas teóricas tan intransigentes como fugaces". De allí que ese prefacio lo culmine citando al poeta y dramaturgo ruso de principios de siglo XX quien dijo:
"Nuestro tiempo es difícil para la pluma"
Más tarde en el mismo siglo y de este lado del mundo, muchos escritores y artistas fueron atacados por sus ideologías, como el caso de Gabriel García Márquez, cuya amistad con el dictador cubano Fidel Castro, le valió el rechazo de muchos colegas y lectores. Sin embargo, aunque hubo una censura global contra las ideas socialistas y comunistas, en especial después de la segunda guerra mundial, también se hicieron pronunciamientos por afiliaciones a la derecha. El escritor peruano Mario Vargas Llosa, al igual que el Gabo, que Cortázar y muchos otros, apoyaron la izquierda revolucionaria que intentaba imponer un nuevo orden con aquello de "el poder para el pueblo", pero conforme pasaron los años y la historia dejó en evidencia la realidad detrás de aquella utopía, Vargas Llosa abjuró de lo que creía hasta entonces y tras años de madurez, experiencia e historia, se declaró liberal, lo que hirió profundamente a los lectores que lo habían apoyado previamente y que no mucho tiempo después llegaron a quemar sus novelas.
El asunto con este tipo de comportamientos es que muchas veces un escritor, o cualquier artista, es juzgado por su persona y no por su obra. García Márquez era amigo de Fidel, pero nadie puede negar la joya que es Cien años de soledad. Lo mismo pasa con La ciudad y los perros o La casa verde de Mario Vargas Llosa. La Literatura no escapa de la óptica política, mucho menos cuando los poemas y las novelas se escriben sobre episodios o personajes políticos (La fiesta del Chivo, Conversación en la catedral), pero ¿deben condenarse los libros según la ideología de sus autores?
Y estamos hablando de una época previa al internet, ¿cómo creen que es ahora en la era de la inmediatez virtual y de una sensibilidad exacerbada?
Todo lo que se dice, lo que se escribe, lo que se piensa casi, queda registrado y de inmediato recibe el feedback positivo o negativo, de millones de personas alrededor del mundo, condenando o exaltando (casi nunca absolviendo) a quien las dice, sin derecho a réplica; pues, si acaso tiene la oportunidad de defenderse, ya es demasiado tarde, el revuelo ya ha sido provocado.
Hay quienes piensan que las artes deben separarse de la política, que no se debe juzgar a un pintor, a un escritor, a un escultor, por las ideas que tiene, su credo, o su filiación política, sino por sus obras y la calidad de las mismas, que debe primar la técnica, lo estético, la forma y el fondo de la obra, no de la persona; del otro lado, están los que piensan que las artes deben involucrarse en temas políticos, estar a sus servicios y que obra e individuo son indisolubles: no se puede admirar a un artista si no se comparte su ideología.
Partiendo de esas dos posturas, ¿con cuál estarías de acuerdo? ¿crees que existe una tercera alternativa? Los leo en los comentarios.