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Hola, amigos, esta es mi participación en el concurso convocado por @fuerza-hispana:
Desde que yo era un muchacho hasta hoy ya han pasado muchos inviernos y cuantiosa agua de ríos crecidos ha corrido por debajo de los puentes. Se refiere esta historia a la cuarta década del siglo XX, cuando la Villa de San Luis de Cura, mi pueblo nativo, era un conglomerado casi rural, y era común oír en una posada, en reuniones de parroquianos; en los salones de barberías; entre cosedoras de alpargatas y en otros lugares, los cuentos de fantasmas y aparecidos; se hablaba mucho de que en determinado sitio salía un muerto, así mismo se hablaba de espantos, Duendes, de La Sayona y EL Carretón. La mayoría de la población creía en estas leyendas, pero había otro sector que siempre manifestaba sus dudas.
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Cuando yo estaba pequeño, once años contaba, se sintió en el pueblo una algaharaca de pesadilla terrible, mejor dicho se corrió que, en el solar de una casa vecina de la cuadra, bajo la espesura de una mata de cotoperiz salía en las noches un espanto. Unos decían que se trataba de un alma en pena, de algo sobrenatural o de ángeles y demonios. La voz noticia circuló a lo largo y ancho del pueblo.
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Se contaba que en la oscuridad de la alta noche, favorecidos por el claror de la luna algunas personas observaban a una figura disfrazada toda de negro, con un pachuelón alrededor de la frente que le cubría hasta los ojos, y que a medida que iban acercando los pasos el espectro iba acrecentando de tamaño, hasta alcanzar más o menos dos metros y medio de estatura, y lo vieron que saltaba como un canguro la cerca que dividía dos solares; siempre lo hacía en el mismo sitio y hora, desde entonces le endosaron al espanto la denominación de EL ENCAMISONADO.
En aquellos días, eso de la aparición de EL ENCAMISONADO fue motivo de muchos miedos y comentarios en el vecindario y base de conversación entre grupos de mujeres y hombres. En mi época de niño se nos impedía sentarnos con los mayores, incluso ni siquiera pasar por el medio cuando conversaban ellos, ya que era reprobado por ser falta de respeto.
Yo, por supuesto, sabía de la regla, pero como muchacho siempre es muchacho, sin pensarlo dos veces ni que supieran, me asomaba sigilosamente por la abertura de una cortina que había en la puerta de la habitación y ponía atención a la conversación de los presentes.
Lo que recuerdo bien a pesar del tiempo transcurrido, que mi mamá antes de acostarnos por la noche nos arropaba hasta la cabeza, nos persignaba y se encomendaba a Dios y a un cuadro de la Virgen del Carmen para que nos protegiera.
Un día llegó a casa, Sinforosa, una señora hablachenta, con fama de relatadora de novedades en el pueblo, quien siempre iba a casa a llevarle figurines para que mi mamá le cortara y confeccionara los vestidos. Era la doña portadora de lo que llaman los periódicos “un tubazo” o primicia; resulta que según su testimonio habían descubierto que el fulano ENCAMISONADO era el zorro de Juan, el pulpero de la esquina, andando por los solares utilizando unos zancos de madera que le hacían aumentar de tamaño, brincaba una empalizada de cuatro pelos de alambre, a decir de lo expresado por la señora: “a coger maíz en conuco ajeno”. También otra vecina llamada Encarnación, una señora de larga visita, que irrumpió de golpe en la misma sala, refiriéndose al sonado caso manifestó:
--! Viejas!... No se han enterado que el tan nombrado ENCAMISONADO, era Juan el bodeguero que “amolaba su machete en piedra ajena”.
En ese tiempo, yo muchacho inocente que era, no comprendía los dichos o las metáforas utilizadas tanto por Sinforosa como de Encarnación para condenar a Juan. Lo que si me di de cuenta que mi mamá después de varias semanas nos reanudó el permiso para asistir al cine a ver las series de vaqueros que tanto nos fascinaban.
Importante: Los nombres no son los reales, fueron cambiados
La Villa de San Luis, 14 de septiembre de 2018