Ser humilde abre muchas puertas, virtud de gran valor que muy pocos la reconocen como tal. No es sencillo alcanzar ese estado, que, por cierto, solo se consigue con el soporte de Dios. No es de humilde alardear humildad, pues en en ese caso no se es humilde realmente.
Ser humilde implica reconocerse con virtudes y defectos. La humildad es la principal virtud para alcanzar la santidad.
La santísima virgen María, ejemplo de excelsa humildad: «Soy la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra».
Ella no se sentía digna de concebir en su vientre al Redentor del mundo, sin embargo, aceptó la voluntad de Dios. Ella se entregó a sus designios con la confianza de una hija que confía en su padre. No le puso ningún reparo ni condiciones, acogiéndose a la voluntad divina.
Quien humildemente hace las cosas por amor para agradar a Dios conoce la receta para ser santo, virtudes que el mismo Jesús le confió a Faustina Kowalska. No a las apariencias; sí al amor del corazón humilde.
Ser humilde abre un sinnúmero de puertas. Por eso Dios quiso que María fuera la Madre de su Hijo. Ella aceptó, así estaba escrito.
María fue santa por su humildad, más allá de ser concebida sin el pecado original. Faustina, por su parte, se acogió a esa noble virtud, a quien le debemos el libro titulado Diario de santa María Faustina Kowaslka.
Te invito a ver siguiente video sobre la humildad.
