Imagen #fotocuento
Aquel día, mi hija Patricia, como de costumbre, se esmeró en bañar a Nucita hasta dejarla muy limpia y perfumada. Era increíble como Paty cuidaba de ella como si de una madre abnegada se tratara.
Ese día, temprano en la mañana, mi esposo había colocado una trampa para ratones, pues nos habíamos percatado, de que algunos andaban merodeando por la cocina, especialmente por la noche. Se trataba de una lámina de cartón, con un fuerte pegamento, que prudentemente escondió debajo de un anaquel, lejos de la vista de Nucita.
Luego de que mi hija terminara de asearla, nuestra perrita andaba por la casa libremente, como siempre, pues nunca fuimos partidarios de encerrar a nuestro animalito en ninguna parte.
Al cabo de un rato de tranquilidad y de silencio, cuando pensábamos que Nucita estaba descansando o dormida, ella aparece ante nuestros ojos de una manera que nunca olvidaremos.
Cojeaba, casi no podía caminar, ni ver! Una de sus patas estaba pegada a su cara, lo mismo que el cartón con la pega para ratones que mi esposo había escondido debajo del anaquel. Para nuestra sorpresa lo había encontrado, quedando el pegamento adherido a sus patas y gran parte de su pelaje. Quedamos mudos al ver aquel desastre.
Luego de nuestro asombro e incredulidad, nos tocó la enorme tarea, de tratar de retirar aquel pegoste de su asustado cuerpecito, no quedando más remedio que tomar una tijera y cortar, cortar y cortar.
Nucita nunca había lucido tan fea y trasquilada como aquel día. Hubo que llevarla más tarde a la peluquería canina para que la afeitaran casi al ras de su piel y que su pelo volviera a crecer con normalidad.
En todo ese proceso ella puso cara de inocente y de culpable al mismo tiempo, cuestión que formaba parte de su personalidad, pero no paramos de reír cuando recordamos su imagen aquel día. Los ratones esa noche hicieron también de las suyas.
Foto de Nucita.