El laberinto
Soy el elegido, se dijo a sí mismo para darse valor. El sonido de su voz salió rebotando en las piedras con un eco interminable que hubiera querido detener. Paralizado por el miedo, pensó por un instante en quienes lo precedieron, pero el miedo era tan profundo que ese pensamiento no lo reconfortó. Debía moverse, encontrar la salida, era su única oportunidad. Para entonces sus ojos ya se habían acostumbrado a la oscuridad, pero lo peor era el olor a muerte que se impregnaba en su piel.
Avanzó a duras penas, rozando con el hombro las frías piedras del muro. Recordó, entonces, las historias que había escuchado cuando era niño sobre la construcción del laberinto. Nadie de los que participaron salió vivo de ahí; la intrincada disposición de los pasadizos hicieron que perdieran el rumbo y finalmente se convirtieron en las primeras ofrendas para la bestia. Sabía que regresar no era una opción, en la entrada estaban los soldados para asegurarse que no huyera.
Una ligera brisa le rozó el rostro, eso significaba que el centro de la construcción no estaba muy lejos. Debía atravesarla sin que la bestia se diera cuenta de su presencia. Puso la mano en el cuchillo que llevaba en la cintura; atacarlo era un suicidio, pero sentir el arma bajo sus dedos era un acto reflejo de protección.
El centro, era sólo un claro a cielo abierto donde todos los pasadizos confluían. Había avanzado unos cuantos metros cuando sus pies resbalaron sobre lo que creyó en un principio eran piedras sueltas diseminadas por la tierra, pero horrorizado vio que se trataba de una enorme alfombra de huesos que se extendía bajo sus pies por todo el recinto. No pudo evitar emitir un grito que al salir por su boca se convirtió en una especie de aullido. Entonces supo que estaba perdido. Lo último que pudo ver fue las fauces del monstruo sobre su cara.
Abrió los ojos, tenía la boca seca y su mano se aferraba al borde la cama. Miró a su alrededor para cerciorarse que de verdad estaba en su habitación. Una pesadilla pensó, mientras estiraba el brazo para alcanzar el vaso con agua de la mesa de noche, pero esta tropezó con el libro que había estado leyendo antes de quedarse dormido, lo acercó a su cara y en la tapa leyó : " Teseo y el Minotauro".
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