No puedo olvidar el día que acepté hacerlo, y lo cargaré en mi conciencia el resto de mi vida.
Hace como dos meses, fui al veterinario a comprar alimento para Yelena mi tarántula, siempre le había dado chapulines, arañitas, lombrices, uno que otro grillo pero esta vez quise cambiarle el menú y por recomendación del veterinario, le compre un embrión de rata, si una ratita viva que acababa de nacer. ( no se por qué el veterinario le llama embrión)
El caso es que llegué muy contenta a servirle su comida, pero con cierto remordimiento; véanlo ustedes mismos.
A unos cuantos segundos de que coloqué a la ratita minúscula en el plato de comida de Yelena, y la vi retorcerse y emitiendo unos chillidos ensordeceros, de verdad, se escuchaban en toda la casa; la ratita lloraba a todo pulmón.
No podrán escucharlos porque para bendición de ustedes, algo estuvo fallando con el audio de mi grabación, pero en casa que si los escuchamos, fue algo espeluznante y hasta macabro.
Viendo que a Yelena no le hizo mucha gracia su cena, pensé en retirarla y regresársela al veterinario, no quería cometer este crimen con este pobre animalito indefenso pero justo cuando ya me había decidido, Yelena con cierta cautela, no como en otras ocasiones que se avalanzaba sobre el grillo o el chapulín para bañarlo con su seda, esta vez se acercó lentamente, tratando de reconocer su alimento.
Al final, terminó dando la media vuelta y decidió que su hambre no era tanta o simplemente el menú no fue de su agrado.
Yo ya no supe qué hacer, los chillidos empezaron a ser menos fuertes y más esporádicos, a ratos se cansaba el inocente bebé y dejaba de moverse, por lo que creí que no tardaría ya en morir.
Así que no lo llevé de regreso, pensé que tal vez por la noche cuando Yelena esta más activa, era probable que lo engullera.
Cosa que no ocurrió, a la mañana siguiente la ratita seguía viva, apenas se movía y empezaba a cambar de color: de ser de un rosado pálido a un morado azulado, apenas y eran audibles sus gemiditos, y como a la hora, ya había fallecido.
Fue de las peores experiencias que he tenido en mi vida; me sentí criminal, asesina, y hasta el día de hoy me siento tan culpable de haber hecho sufrir a un inocente, y todo para qué, la tarántula no se la comió.
No me queda el consuelo de que es la ley de vida, que es simplemente la cadena alimentaria donde unos sobreviven gracias a otros.
Desde ese día, ya no siento tanta compasión por Yelena, ahora únicamente le doy chapulines que ahí mismo se reproducen y mueren unos por ley de vida y otros para ser su alimento.
Jamás lo volveré hacer.