"Juega como si nunca pudieses cometer un error, pero no te sorprendas cuando lo hagas".
El 25 de abril del año 1947 nacía un pequeño muchachito en Ámsterdam, Holanda. Este niño se crio a 500 metros del estadio del Ajax, club que se convirtió en su primer hogar. Comenzó jugando en las calles como todos los niños y con sólo 10 años ingreso en las divisiones inferiores del club para subir escalones a pasos agigantados. Pasó por todas las categorías menores y llegó al primer equipo con tan sólo 17 años, ya era Johan Cruyff.
“¿Por qué no podríamos ganar a un club más rico? Nunca he visto a un saco de billetes marcar un gol”.
Su debut fue el 15 de noviembre de 1964 y como no podía ser de otra manera, convertía su primer gol con la camiseta blanca y roja del Ajax. Este joven, que parecía más un quinto Beattle que un jugador de fútbol, empezó a colarse de a poco entre los mejores. Primero de su país, ya que estuvo 10 años en el Ajax. Anotó goles impresionantes y ayudó al equipo de Ámsterdam a lograr títulos soñados. Por ejemplo, fue nombrado 4 veces como mejor jugador de Holanda y 2 veces fue el máximo goleador de la liga local. En cuestiones de equipo ganó 3 Copas de Europa, 1 Copa Intercontinental, 6 Erediviese y 4 Copas de Holanda. Hasta le dieron 2 Balones de Oro que lo llevaron a las puertas de los dioses del fútbol.
“Al fútbol siempre debe jugarse de manera atractiva, debes jugar de manera ofensiva, debe ser un espectáculo”.
Pero Johan todavía tenía que esperar. Viajamos en esta historia en el tiempo y lugar en nos vamos a Barcelona, año 1973. El club culé compro el traspaso de Cruyff para intentar ganar una liga que hacía 14 años que no ganaban. Como le pasó en el Ajax, en su debut con el Barcelona marcó dos goles. Fue el 28 de octubre de ese año y el equipo catalán consiguió empezar una remontada en la cual no perdieron ningún partido desde la llegada del holandés y consiguieron ganar la tan ansiada liga. Otra vez goles y más goles, uno más espectacular que el otro. Enganches y esa velocidad que le caracterizaba hicieron que lo distinguieran como el mejor jugador del mundo con otro Balón de Oro, convirtiéndose en el primero en ganar tres veces este premio.
"Cuando vas ganando 4-0 y quedan 10 minutos de partido, es mejor dar al poste un par de veces para que el público grite "ooooh". Siempre me ha encantado ese sonido cuando la pelota da con fuerza al poste".
Fueron 5 las temporadas que vistió el uniforme blaugrana, para marcharse en 1978 a jugar al fútbol de los Estados Unidos. Ahí los dejó a todos con la boca abierta por su velocidad y capacidad para jugar al fútbol. Consiguió goles que son para ver una y otra vez. Pero cuando uno se va de su casa muy joven, siempre sueña en volver y así lo hizo Johan. Jugó dos temporadas más en el Ajax, el club que fue su hogar. De nuevo lo nombraron el mejor de la liga y logro ganar dos campeonas más para su querido club.
“Es un problema del fútbol de hoy, los dirigentes saben muy poco”.
Pero como todo genio, este tenía un carácter especial y no se fue bien del Ajax. Decidió terminar su carrera como jugador en el eterno rival, el Feyenoord donde consiguió ganar la liga y la copa. Ahora sí, satisfecho decidió colgar los botines para siempre. Como vimos hasta ahora, lo ganó todo: Ligas, Copas de Europa, Copas Intercontinentales, Balones de Oro; aunque todos le reclamaban ganar un Mundial.
“El fútbol consiste básicamente en dos cosas. Primero: cuando tienes la pelota, debes ser capaz de pasarla correctamente. Segundo: cuando te pasan la pelota, debes ser capaz de controlarla. Si no la controlas, tampoco puedes pasarla. Puedes jugar mucho, pero si no la metes, no ganas”.
Vamos a volver en el tiempo, nos trasladamos a 1974; en este caso a la Copa del Mundo en Alemania. Era una oportunidad única, no sólo para él sino para todos en Holanda de convertirse en dioses del fútbol. En este torneo marcó 3 goles en los 7 partidos que jugó. Decimos “jugó”, pero cuando uno lo ve en la cancha no corría, patinaba, de deslizaba con una clase y elegancia nunca antes vista.
Llevó a su país a la final con la idea de arrebatar el título de las manos a los locales y dar ese paso que todos esperaban. En la final la “Naranja Mecánica” arrancó con todo, armando una jugada al inicio del partido desde la mutad de la cancha y apareció Cruyff. Empezó a dejar alemanes desparramados por el campo hasta que le hicieron el penal que puso a su equipo con una mano en el trofeo. Ahí se creyeron dueños de esa Copa del Mundo.
“Prefiero ganar 5-4 que 1-0”.
Pero, del otro lado había otro señor que no le haría nada fácil a Cruyff entrar al Olimpo del fútbol, un tal Franz Beckenbauer. Entre idas y vueltas, tarjetas amarillas y goles; este holandés volador, este flaco con la camiseta ‘14’ no consiguió la Copa del Mundo que todos esperaban. El trofeo se quedó en manos alemanes.
Es aquí donde me río de los que dicen que para entrar al Olimpo de los dioses del fútbol hay que ganar un Mundial. Fue segundo, pero las puertas se abrieron de par en par para dejar entrar a este jugador que flotaban en el terreno de juego y que lo sabía todo sobre este hermoso deporte.
“Cuando salgáis al campo mirad la grada, que todo eso lo han hecho para vosotros. Así que salid al campo y disfrutad”.
Y para demostrarlo tuvo una idea, enseñarlo desde el banco de suplentes. Al igual que cuando jugaba, primero lo hizo Ajax y después en el Barcelona. Ganó todo. Consiguió títulos que quedaran para siempre en la memoria, como esa primera Copa de Europa del Barcelona en 1992. Pero más allá de los títulos, su mayor legado fue una filosofía de juego que ha sido la inspiración de los mejores equipos que han pisado un campo de juego.
Esta es la historia de un hombre que, como dijimos al principio, no necesitó ganar una Copa del Mundo para quedar entre los más grandes de la historia del fútbol mundial.