Hay uno por ahí que tiene la misma cara que yo. Va por las calles sonriente y saluda a las personas, y toma el sol, y tiene mejores ropas y un mejor apartamento y siempre anda en su bicicleta, tan diligente, tan listo, tan claro; y ve a mis amigos y les dice qué tal mano, qué hay para hoy, y yo te voy a decir qué hay, un día maravilloso y siempre, siempre nuevas oportunidades. A los extraños también les habla, dos, tres palabras, quizás una frase, les dice buen día, buena tarde, y muestra los dientes en una mueca que para algunos es amistosa hasta inspirar cariño, y para otros es tan chistosa, pero que a ambos les alegra el día. Pero ése no soy yo.
Hay uno por ahí que tiene mi mismo timbre de voz y canta por las esquinas y responde con sinceridad a las preguntas y confiesa los sentimientos que le presionan el pecho, y se indigna cuando sucede algo indignante, y se molesta cuando hay que molestarse, y cuando vienen los malos tiempos dice tranquilo, que todo siempre pasa, que después sale el sol por el este, como todos los días, que nunca deja de amanecer y que si la tierra se hubiese parado ya nos hubiésemos dado cuenta. Pero ese no soy yo.
Hay uno por ahí que camina con el ritmo que yo, o más bien con mejor ritmo, porque en su pierna no va enrollada la serpiente de la irresponsabilidad y el miedo, el miedo que hace pesado y que hace cojear, el miedo que hincha los pies y adormece los músculos, el miedo que no deja mirarte las patas porque sabes que ahí donde deberían haber pies de humano hay pezuñas de cabrito o de vaca o quizás ancas de rana o un par de garras de guacamayo también, cualquier cosa que te dice estos no son pies, y tú no eres tú, tú eres el chullachaki que se pone al lado de las personas conocidas, engañando con el rostro, y les atrae hacia la selva, más acá, a la derecha, subiendo por el tercer tronco que veas, y después sale corriendo y los deja en medio de la nada sin medios para ubicarse... Pero ese no soy yo.
Hay uno por ahí que se sienta en la misma silla que yo, que se acuesta en la misma cama, que cocina con mis ollas y sartenes y en las mismas hornillas que yo, pero cuando se sienta no está incómodo, no está torcido, no siente que debe cambiar de posición sin saber cómo ponerse a continuación; y cuando se acuesta sabe que va a dormir y no se acuesta en vano ni porque le duele la espalda, y mete la cabeza en la almohada y dice, ok, se acabó este maravilloso día, y sonríe y ya salió el sol pero él está descansado y contento haya dormido 4, 6 u 8 horas; y cuando cocina prueba la comida y le sabe a algo, y dice, vamos a ponerle tomillo hoy, o quizás esto queda bien con algo de salvia, o unas hojas de laurel no le van nada mal, y vuelve a probar y dice perfecto, nada más un poco más de sal, y cocina como que quiere comer, como que tiene hambre y apetito y no como que ya son las 12 y es la hora en la que debe uno comer. Pero ese podría ser yo.
Hay uno por ahí que escribe toda la noche y termina los proyectos que empieza, y le escribe a quienes promete escribirle, y concreta planes y los disfruta, y un día de esos que salgo por inercia o por necesidad, me voy a ir un poco más lejos de lo que voy actualmente y me lo voy a cruzar y le voy a decir, no me lo creo, hombre, tú debes ser el chullachaki, el doppelganger, el imitador, y él me va a desarmar con una risa como un torrente y me va a decir mano, mírate las patas, ya está bien, date cuenta, tú eres una imagen de uno que yo era pero necesitas fundirte conmigo, necesito de ti también, porque uno no puede ser uno sin los miedos que te sirven para tener cuidado de los barrancos, sin los filtros que te protegen de la gente mala y del daño, sin los ciclos de baja energía que te dejan pensar en lo que has hecho con calma y sin el frenetismo de la felicidad, que también en exceso te daña los nervios... Y al final como que lo voy a pensar bien y voy a mirar y decirme, mira compa, creo que al final sí soy ése también.